Con este cuento abordamos los temas de espacio rural, espacio urbano y el circuito productivo de la leche desde la Biblioteca con los alumnos de 3º año. ¡Después de leerlo dibujamos lo que se imaginó el gato citadino!
Gato de campo, vaca de ciudad
Por Verónica Sukaczer
Aquella
mañana Luna se despertó y dijo: ‘’Hoy iré a la ciudad’’. Todos los gatos de
campo deberían viajar alguna vez a la ciudad. Y los gatos de la ciudad tendrían
que recorrer el campo, para poder decir que han visto el mundo.
Mientras Luna se despedía, su madre la llenaba
de recomendaciones: “Conserva tus siete vidas’’, ‘’toma la leche’’. De todo eso
Luna solo escuchó: “Toma leche’’, porque de verdad le gustaba la leche. Sobre
todo, la de Carmina, tan vacuna ella. Así que antes de emprender su camino, se
dirigió al tambo para tomar el desayuno.
A
esa hora el tambero ya había conectado la copa de ordeñe mecánico a la ubre de
Carmina y esperaba a un costado. Luna se acercó a ella por entre las patas de las
vacas vecinas y lamió las gotas de leche blanca, espumosa, tibias que se
derramaban. Cuando se sintió satisfecha se despidió de su amiga y le preguntó
dónde hallar a las vacas de la ciudad. “He oído decir que allá la leche se
consigue en los supermercados” respondió Carmina.
Tres
días, tres camiones y una vida le llevó a Luna viajar a la ciudad repleta,
vertical, ruidosa. Llegó hambrienta y, claro, lo primero que hizo fue buscar un
supermercado. Un gato citadino la acompañó, le enseñó a abrir las puertas
automáticas y le mostró las góndolas de los lácteos, una fila interminable de
sachets fríos y blancos. Luna se acercó con recelo y preguntó: - ¿Y las vacas
dónde están? El gato rió. “En la ciudad las vacas son así”, dijo, porque para
él la leche de vaca no era más que un sachet robado en un descuido. ‘’Ustedes
sí que están confundidos’’, exclamó entonces una voz, la de un gato viejo que
conocía el mundo. En el campo se produce la leche, en la ciudad se vende ya
envasada y en el medio…Bueno en el medio pasan un montón de cosas.
Luna
se quedó mirando la góndola y se la imaginó repleta de vacas de verdad. Eso le
dio mucha risa. En tanto el gato de la ciudad pensó que en el tambo vivían
sachets con patas y colas que mugían y le provocó una carcajada. Y estaba bien.
Porque cuando uno todavía no conoce el mundo, puede imaginar lo que quiere. Ah,
y cuando ya lo conoce, también.
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